Fotos: Leonor Lahoz
Jaime
I, rey de Aragón, de Mallorca y de Valencia, conde de Barcelona y de Urgel y
Señor de Montpelier y otros lugares del Sur francés, “el Conquistador”, fue rey
desde su infancia. Era hijo de Pedro II, “el Católico”, y de María de
Montpellier, llamada por algunos “la Santa”. Nació en Montpellier en 1208, y su
nacimiento estuvo envuelto en cierto misterio que la investigación histórica no
ha resuelto. Huérfano de padre desde
niño, fue puesto por el Papa Inocencio III bajo la tutela de los Caballeros
Templarios de Monzón (Huesca). Tenía 13 años cuando se casó en 1221, en Ágreda,
con la infanta Leonor de Castilla. El matrimonio duró ocho años y de él nació
un hijo, Alfonso, quien hasta su muerte, antes que la del padre, fue el
heredero de la Corona de Aragón. El pretexto o justificación esgrimida para el
divorcio fue la consanguinidad, ya que ambos eran bisnietos de Alfonso VII de
Castilla, aunque es pensable que fueran otros relacionados con la política entre
reyes, ya que a lo largo de la Historia las bodas reales donde intervenían
consanguinidades de grados más bajos que ésta han sido harto frecuentes.
La historia
de este rey –separada en ocasiones la personal de la pública- fue decisiva para
Aragón y Cataluña. El sobrenombre de “el Conquistador”, se debe a las sucesivas
anexiones a sus tierras de aquellas ocupadas por musulmanes, o bien
deshabitadas casi por completo, como es el caso de la llamada Catalunya Nova,
donde se engloba la actual Tarragona. Su política matrimonial le llevó a
casarse con Violante (Yolanda) de Hungría, hija del rey, tras el divorcio de
Leonor de Castilla. Con Violante tuvo ocho o nueve hijos pero, tras su muerte,
fueron varios los bastardos reales engendrados con amantes que han pasado a la
Historia, como Teresa Gil de Vidaure, Blanca de Antillón y Berenguela Fernández, apellidos que se verán después en
la más influyente nobleza aragonesa. Con su última amante, Berenguela Alfonso,
no tuvo hijos.
A la
muerte de Jaime I el reino fuerte que había logrado, fue dividido entre algunos
de sus hijos. Las tierras nuevas conquistadas con el apoyo de Violante de
Hungría fueron repartidas entre algunos hijos, pasando Mallorca y el Sur
francés a manos de Jaime quien sería el fundador de la monarquía de Mallorca
como Jaime II, dando lugar a luchas familiares que se prolongaron hasta la
muerte, en Soria, del infante o rey nominal Jaime IV de Mallorca.
Murió
en Alcira (Valencia), a los 68 años, pero sus restos, o lo que de ellos queden
tras la ruina causada por la Desamortización en 1835 y posterior restauración
por Frederic Marès, se encuentran en el monasterio de Santa María de Poblet, en
Tarragona. Mezclados, con toda seguridad, con otros, eso sí, reyes de la misma
familia.
Muy
distinta fue la vida de Leonor de Castilla, de no menor linaje. Nació hacia el
1191, por lo que era bastante mayor que Jaime. Era nieta, por línea materna, de
Enrique II Plantagenet de Inglaterra y de la reina Leonor de Aquitania. Sus
padres fueron Leonor de Inglaterra y Alfonso VIII de Castilla, nacido en Soria
y rey desde la infancia, quien casó también en Soria. Sus hermanas Berenguela,
Urraca y Blanca, fueron reinas consortes, como ella misma. Dicen que fue su
madre, Leonor de Inglaterra o Plantagenet, quien ordenó las pinturas del
asesinato de Tomás Beckett, arzobispo de Canterbury, en la Iglesia de San
Nicolás de Soria, como homenaje a quien fuera gran amigo de su padre, el rey
Enrique.
Tras
el divorcio y por expresa voluntad de quien fuera su esposo, Jaime I, quedó
usufructuaria de la villa de Ariza y su castillo, así como de todos los bienes
con que había sido dotada, siempre y cuando no volviera a casarse, y se le
permitió, algo casi desconocido en la historia, que mantuviera a su hijo
Alfonso, heredero de la corona de Aragón, junto a ella. El tratado fue, al
parecer, hecho por el propio rey Jaime y por el sobrino de la reina Leonor,
Fernando III el Santo, en el Monasterio soriano de Santa María de Huerta. Leonor
se retiró al monasterio de las Huelgas Reales, en Burgos, hasta su muerte.
Allí, entre reyes, permanece el sepulcro de la reina. Otra historia más de las
desgraciadas reinas consortes que eran objeto de intercambios y paces y consideradas
poco más que vientres reales desde que nacían. Pocas, entre ellas su propia
abuela Leonor de Aquitania, se zafaron de ese destino, aunque desde luego tuvo
bastante influencia el que fuera poseedora de Aquitania, uno de los ducados más
extensos y más importantes de la Edad Media, además de duquesa de Guyena y
condesa de Gascuña.
El
hijo de Leonor, Alfonso de Aragón, quien debió padecer las intrigas de su
madrasta, Violante de Hungría, murió en Calatayud, hacia 1260, sin dejar
descendencia. Unos historiadores aseguran que sus restos se hallan en el
Monasterio zaragozano de Veruela, y otros en Valencia.
En una
crónica apócrifa (final s.XIV-principio del XV), se describe así a Jaime I:
Era
uno de los bellos hombres del mundo, era mayor hombre que otro de un palmo, era
muy bien formado y muy cumplido de espaldas y de miembros, la cara colorada y
grande y la nariz larga y bien derecha y gran boca y bien hecha y los dientes
no grandes mas iguales y blancos y los ojos garzos y hermosos y los cabellos
que parecían hilos de oro, el cuerpo largo y delgado, los brazos luengos (…).
De la
reina no se ha conservado ninguna imagen, pero sí de sus antecesores
Plantagenet y Aquitania, por lo que es de suponer que sus cabellos fueran
rubios. Los dos jóvenes que el sábado, 25 de abril, representaron en Ágreda los
desposorios de Jaime y Leonor eran tan creíbles que parecían los propios reyes.
En la
villa soriana de Ágreda, en la raya con Aragón, se representó, un año más, los
Desposorios de Jaime de Aragón y Leonor de Castilla. Fue habitual a lo largo de
la Edad Media que las villas rayanas con Aragón (Monteagudo de las Vicarías,
Serón de Nágima, Morón de Almazán, Ágreda…), fueran escogidas por los distintos
monarcas castellanos y aragoneses para firmar paces y celebrar matrimonios, por
motivos estratégicos. Ágreda conserva un importante patrimonio artístico y
cultural, aunque salpicado entre los disparates arquitectónicos de los años
sesenta y posteriores, tal y como sucede en la misma capital. Entre esos
despropósitos, se han conservado y se van restaurando, aquellos que el sábado
fueron testigos de la fiesta medieval, como la joya (aunque renacentista) del
palacio de los Castejones, y la iglesia de San Miguel, cuya primera edificación
fue románica.
Grupos
de recreación histórica se dieron cita en la Villa llamada de las Tres
Culturas. Pudimos ver almogávares, que tanta influencia tuvieron en las
batallas ganadas en el Mediterráneo; templarios, bajo cuyo manto se educó el
rey Jaime; al grupo La Santa Compaña, que llevaban entre sus personajes
escribas, judíos, cristianos y musulmanes, en honor a la villa de Ágreda; y, en
fin, grupos de personas muy bien caracterizadas que, junto con los
protagonistas de la historia, los propios reyes, daban ambiente y color, y
creaban la sensación de realidad histórica ante el numeroso público congregado.