jueves, 6 de febrero de 2014

Rebollo de Duero y Quintana Redonda, lumbres de invierno

Quintana Redonda. 

Rebollo de Duero
Fuego purificador, ofrenda a las divinidades, remembranzas antiquísimas, simplemente juego, o todo junto, el caso es que las lumbres, hogueras o luminarias, es un rito tan viejo como la humanidad, cristianizado en su momento, no el hecho en sí de encender una hoguera, si no la dedicación de ese fuego. Aquellas que hacían honor al solsticio de invierno, se convirtieron en homenajes por ejemplo a la Candelaria (2 de febrero), San Blas (3 de febrero), o Santa Águeda (5 de febrero).
En el mundo rural (hay que fijarse bien en que ritos y costumbres surgieron, se practicaron y perviven gracias al mundo rural), muchos pueblos aprovechan la celebración del patrón para encender una hoguera, en realidad la excusa para reunirse alrededor de ella.
Son muchos los pueblos de Soria que prenden, o prendían, fuego a los leños en invierno: Tajahuerce, Tardajos de Duero, Muro, Pinilla del Campo, Puebla de Eca, Navaleno, y muchos más, en Nochebuena o Navidad. En Fuentes de Magaña lo hacían por Santa Bárbara.
Raimundo Lozano Vellosillo relata, en su “Rueda de Sucedidos”, (Los cuadernos de la señora Rufina. Soria Edita, 2005), el significado de la hoguera en su pueblo, Torrubia de Soria, por Santa Bárbara:
 “Las chicas en la plaza Mayor y los chicos en el juego de pelota. La leña de encina “y algún tronco de chopo despedazado y seco”. Se preparaba después de la misa. Iban de casa en casa: “tío Juan, tío Pedro, tía Luisa, leña para Santa Bárbara”. Se preparaba la leña pero no se prendía la hoguera. “Bien comidos y satisfechos, se empezaba a prenderle fuego. ¡Qué emocionante aquello, qué alborozo! La blancura de la nieve por tejados, por árboles y por el suelo, más el chisporroteo de las llamas por lo alto, espantaban a palomas y pájaros. También las gallinas y gallos que parecían asustados con tanta algarabía. A la hoguera acudíamos todos, hombres y mujeres, y a coro cantábamos aquella cantiga en forma de sonsonete: Santa Bárbara bendita,/Santa Bárbara que truena,/no apedrees las cosechas/estén malas o estén buenas. (…). Acabadas las llamas, en el rescoldo se echaban las patatas para asar. Y los embutidos. Había quién, disimuladamente, echaba sal sobre los tizones, y se producía un chisporroteo como si estuviésemos en el principio de una guerrilla. Y qué ricas estaban las patatas y qué ricos aquellos chorizos mezclados con ceniza. Sin llamas ya, saltábamos por el rescoldo, con vivas a Santa Bárbara y los versos de ripio escritos por no se sabía quién. Acabada la merienda, se apagaba la hoguera. Con nieve, no era difícil eliminar aquellas ascuas que refulgían entre un montón de ceniza”.
Rebollo de Duero. Cortando la leña.
En Villarraso (Revista El Espino, agosto 2003). Florentino Carrascosa Marín relata de esta forma el rito de la hoguera: “El 20 de enero, los chicos y chicas de la escuela nevase, lloviese, hiciese frío o calor, en el recreo y al salir de clase íbamos a pedir y buscar leña por las casas y la llevábamos a las plaza, por la tarde los mozos hacían un buen montón y alrededor de las 8 se le prendía fuego con gran jolgorio de todo el pueblo, sobre todo los que habíamos colaborado en la recogida de la leña, había baile y chocolate”.
San Antón fue, y es, uno de los días más propicios para hacer luminarias: Magaña, Las Casas, Santa María de Huerta, Pedrajas de San Esteban, Gallinero y tantos otros. En Jaén, nuestra tierra, era este también el día elegido para “Las lumbres de San Antón”. Allí se quemaba lo viejo, que las mujeres (siempre las mujeres) iban guardando a lo largo del año “para las lumbres”. Cada barrio tenía la suya. Eran temibles aquellas luminarias, por lo extensas y lo altas. En Jaén y sus pueblos, alrededor de las hogueras, se bailaban y cantaban los melenchones:
Por un beso de tu boca
diera yo la catedral
y el jardín de los Naranjos
y el Palacio Provincial.

Con este novio
que tengo ahora,
le doy la lata al otro
y el tonto llora.

En Soria y sus pueblos era frecuente, también, encender luminarias por Carnaval: Recuerda, Pedraja, Quintanilla de Nuño Pedro, Peñalba de San Esteban (en los picos Magazos o “tetas de la Reina”). San Juan, otra fecha que algunos denominan mágica, pero que en realidad no es otra que el solsticio de verano: Somaén, por ejemplo, y qué decir que no esté ya dicho de la hoguera de San Pedro Manrique y el “paso del fuego”.
Tiburcio Romero, de Castilfrío, con motivo de nuestras preguntas para “Soria, pueblo a pueblo”, nos dijo que las hogueras se hacían a primero de mayo, con leña de espino. El último día de abril los mozos subían al monte con merienda y bota, luego subían las mozas y merendaban. Las mozas bajaban un fajo cada una y se dejaba en la plaza. A las nueve se les prendía fuego, baile hasta la madrugada. Se hacía con motivo de la fiesta del Hecce-Homo, por lo que al día siguiente los mozos corrían para ser los primero en tocar el campanillo de la ermita del santo.
Quintana Redonda. Niños ante la hoguera con roscas de San Blas

En pleno verano en Sotillo del Rincón, el 30 de agosto, en honor de San Ramón Nonato, las mujeres embarazadas pagaban la misa y contribuían a la lumbre con un cesto roto. Bailaban alrededor de la hoguera mientras los cestos se consumían, para que el santo les diera un parto feliz.
Si nos fijamos en las fechas de las luminarias, muchas coinciden con las que los estudiosos de los celtas denominaron Sahmain (al principio de noviembre), Inbolc (los primeros días de febrero), Beltaine (primeros días de mayo), y Lugnasad (principio de agosto). Naturalmente no existe documentación que sostenga estos estudios, pero la tradición oral sigue siendo (y lo será para las próximas generaciones) una fuente muy valiosa.
Apoyándonos en este calendario celta podríamos decir que las lumbres que han tenido lugar estos días, siglos atrás, se hubieran hecho en honor a Inbolc, o de la fertilidad, o de la esperanza de unos días con más luz. Pero, aquí y ahora, las dos hogueras que hemos visitado estos días se han hecho, una en honor a San Ildefonso, en Rebollo, y la otra de Santa Águeda, en Quintana Redonda.
Rebollo de Duero es un pueblo de la campiña adnamantina, que perteneció a la antigua Comunidad de Villa y Tierra de Berlanga,  limpio, cómodo y con casas bien rehabilitadas, por donde discurre, lento y majestuoso, el río Duero. Su magnífica dehesa sustenta árboles muy antiguos (dicen que algunos milenarios), y notables según el catálogo referente a la provincia de Soria. Son fresnos, majuelos y espinos, entre los más venerables. San Ildefonso es su patrón, y aunque su día es el 20 de enero, han trasladado la luminaria al sábado más cercano para facilitar la reunión de sus vecinos, dispersos por otros pueblos. Octavio Yagüe es el habitante dinamizador de este pueblo que conoció tiempos mejores; él construye cada año un hermoso Belén que puede verse en la iglesia y se ocupa de que las costumbres, ritos y tradiciones no se pierdan para siempre.
La pira en Rebollo se hace con leña de fresno y es motivo para que todos sus habitantes y aquellos que un día lo fueron, se reúnan alrededor de ella para cenar en comunidad los productos sorianos que se han encargado de cocinar los vecinos en sus casas, tal vez por adra o reo vecino, o quizá por la buena voluntad y ganas de colaborar de cada cual.
Quintana Redonda. Aprendiendo a pasar el fuego.
Fue Quintana Redonda pueblo resinero y ceramista. Discurre por su término el río Izana y forma, junto a otros pueblos, la Mancomunidad del Río Izana. Ellos hacen coincidir la hoguera con Santa Águeda, festividad de “las Águedas”, el día en que las mujeres sostienen la vara de mando y, simbólicamente, lo ejercen, vestidas con trajes regionales. Tiene Quintana, en la plaza donde hace unos años se levantaba el viejo frontón, un espacio destinado a la hoguera, bien delimitado, para evitar fuego descontrolado. La leña es de pino, aunque se mezcla otras maderas viejas y secas para que arda mejor. Mantienen el día aunque no sea festivo, y eso no evita que familias enteras saquen ascuas y coloquen sobre ellas las viandas para comer entre pan y buen trago de vino. Se acercan hasta Quintana muchos vecinos de Las Cuevas. Son los covachos o cuevinos gentes entusiastas, muy participativas, conscientes de que proceden de un pueblo con historia antigua, mantiene muy bien sus tradiciones, acoge a otras foráneas, y anima toda la comarca con variados e interesantes ritos.
Días de luminarias, de embobarse ante el fuego que quisieron mostrarnos como algo terrible, colocándolo en el infierno, y no es otra cosa que uno de los cuatro elementos que hacen posible la vida.



1 comentario:

Manuel de Soria dijo...

Este interesante artículo es todo un tratado de etnología. Costumbres antiquísimas que, como bien dice la autora, la Iglesia las llevó a su terreno. Menos mal que gracias al empuje de las pocas gentes que todavía aguantan en el mundo rural aún conservemos este rico patrimonio cultural. Las nuevas generaciones deberían conocerlas y divulgarlas en los colegios, aunque suene a utópico. Al menos, que nuestros políticos las dejen en paz -dejad en paz al mundo rural, como bien reza otro artículo de por aquí- aunque mejor será no mentar la bicha, no vaya a ser que, so pretexto del peligro de fuego o algo parecido, les dé por suprimirlas. Sobre tradiciones antañonas, que se anden con cuidado los paisanos de Medinaceli con su Toro Jubilo.