lunes, 25 de julio de 2011

Valdanzo siega




El pasado sábado, 23 de julio, fue uno de los pocos días veraniegos gozados este año, aunque sin llegar a ser agobiante. Fue el día elegido en Valdanzo para recordar una actividad que desapareció hace poco, cuando la mecanización del campo alivió a los agricultores de la pesada carga de la siega, que desde hace unos años, y a fin de que las nuevas generaciones no olviden esa actividad, se recuerda de manera lúdica.
En un remolque enramado, y después del refrigerio de rigor, a base de pastas, moscatel y anís, los participantes se dirigieron a la era de Tomás Santos, provistos de utensilios que han pasado ya al mundo de la etnografía. Hoces y zoquetas para realizar el trabajo de la siega. Haces, vencejos, moragas…, riqueza lingüística, patrimonio cultural, tal vez, y crucemos los dedos, destinado a la desaparición. Aunque los valdanceños, y no digamos las mujeres –¡qué sería del mundo rural sin las mujeres!-, son gente aguerrida, además de amable y hospitalaria, y no van a permitir que sus tradiciones se pierdan.
Segaron, echaron un trago acompañado de jamón y otras viandas, formaron los haces, y por la tarde las moragas.


Vandanzo fue villa, formó en el siglo XII su propio Sexmo, después tuvo su propio ayuntamiento, para verse en la actualidad relegada, administrativamente, a Barrio de Langa de Duero, algo que los habitantes de este hermoso lugar llevan muy mal. Y no se trata de rencillas o encontronazos con el alcalde de Langa, hombre dialogante donde los haya, resulta que, cuando un pueblo pierde su autonomía, o su escuela, cuando ellos ya no pueden decidir qué hacer con la hacienda común, se sienten humillados. Es esto algo que he comprobado a lo largo y ancho de estas tierras sorianas.
Supongo que este sentimiento se ve diluido por la grandeza del entorno de Valdanzo, y del propio caserío. Hermosas casas de piedra beige restauradas unas, habitadas las otras; calles limpias y anchas, por donde aparecen pequeñas fuentes de agua exquisita; los restos románicos del humilladero de San Bartolomé, cementerio viejo; la iglesia de Nuestra Señora de la Asunción, rodeada de jardines y rosas, y elevada sobre uno de los muros, una estela funeraria muy antigua. En el interior, un calvario románico que fue expuesto en El Burgo de Osma, en la edición de las Edades del Hombre.
Y el entorno, presidido por el monte Cuevapala, desde donde, nos diría Juan Alcalde, se ven tierras de Segovia, Guadalajara, y hasta de Madrid. El paraje de San Pedro, donde aparecieron mosaicos romanos. Pero para nosotras, lo más hermoso, por humano y asequible, es el paraje donde están los huertos, la fuente romana, el río que nunca se seca –nos diría María Ángeles Maeso, anfitriona y amiga-, los lagares, y esas pequeñas bodegas excavadas en la tierra, que deberían ser ya, todo el conjunto de la Ribera del Duero Soriana, edificios protegidos y apoyados, para evitar su pérdida, o su decadencia.
Lo hemos dicho, y escrito, muchas veces, hasta que uno no ha sido invitado al interior de esos pequeños templos, no se conoce de verdad a las gentes de la Ribera soriana. El vino que las bodeguillas albergan es como aquél del que Juan Antonio Gaya Nuño dijo: “… no se sube a la cabeza, y permite ingerir considerables cantidades sin que se trastorne la crítica de la razón pura”. Se refería concretamente al de Langa, pero vale para cualquier otro pueblo de la zona. Podemos afirmar, a conciencia, que el que elabora Juan Alcalde y Rico en Valdanzo, tiene las mismas propiedades. Su sabor a tierra, a madre tierra, le hace auténtico y vivo. La gente del vino es especial y esencial.
Las mujeres, otra vez las mujeres, con María Rosa Delgado, alcaldesa pedánea, al frente, prepararon durante varios días dos cenas, una comida, almuerzos y refrigerios. No sería nada reseñable si no fuera porque, sólo para comer el Día de la Siega, éramos ciento cuarenta, y nos dijeron que para la noche se habían apuntado más. Los menús variados y originales. Después se hacen cuentas, y todo a escote. Sale barata la fiesta, muy barata, porque el trabajo de las mujeres no se contabiliza, aunque se valora, y mucho.


Los ágapes comunitarios se hacen en el interior de un salón multiusos, antaño escuela de niños, restaurado con gusto y, suponemos, que con mucho esfuerzo. La otra escuela, que fue de niñas, alberga un museo etnográfico, donde la pieza principal es una estufa llegada de allende los mares, y sobre la que María Ángeles Maeso escribió un relato que tenemos publicado en el web.
La persona mayor de los participantes fue Rufina Santos, 94 años, el más pequeño iba en carrito, tenía meses, y no preguntamos el nombre. Podría decirse que cinco generaciones juntas participando del Día de la Siega.
Hoy sólo queríamos dejar constancia de nuestra visita, el sábado, a Valdanzo, y dar las gracias por la acogida y la amabilidad de sus gentes. En la actualización de otoño-2011, publicaremos todo aquello que hayamos podido recuperar sobre este pueblo que fue villa.

domingo, 17 de julio de 2011

Costumbres Romanas para la muerte en Tierras Altas


Una vez más un pueblo de Tierras Altas nos ofrece una interesante actividad, en esta ocasión relacionada con la Historia. En el serrano pueblo de Bretún, perteneciente al Ayuntamiento de Villar del Río, la futura Fundación Vicente Marín-Bretún, el propio Ayuntamiento, y el Proyecto de Investigación Idoubeda Oros, del que es factótum el arqueólogo Eduardo Alfaro, acompañados, como siempre, por responsables de la Mancomunidad de Tierras Altas, inauguraron en el día de ayer, sábado 16 de julio, una exposición que podrá visitarse durante este verano.
Se trata de una muestra de estatuas-mehir prehistóricas realizadas en el taller de Tierras Altas, que viene definido –según el extenso folleto de la exposición, con texto de Eduardo Alfaro y Gelu Belinchón- “por la reiteración de elementos decorativos y formulario, y por la uniformidad de trazos definidos con martillo y puntero. En la cabecera, la representación esquemática del difunto, un busto limitado a su silueta. Abajo un animal, un bóvido o un ciervo, que remite a unos valores simbólicos que se transmiten o asocian al difunto. En el centro el texto, con unas fórmulas rígidas y estandarizadas: nombre del difunto, edad, dedicante y, excepcionalmente, fórmulas de buena voluntad”.
El taller estaría vertebrado, según Alfaro y Belinchón- en torno a dos núcleos, Las Gimenas (Alto Cidacos), y Los Casares (Alto Linares), pero, como ellos mismos apuntan, la aparición de piezas en el entorno de Vizmanos y su mayor calidad “ponen en entredicho esa ubicación”.
Las piezas, que se muestran en el interior de la iglesia de Bretún, aparecen documentadas en la exposición, y en el folleto al que nos hemos referido. Además, la tarde del 16 de julio, fueron ampliamente explicadas por el profesor Alfaro.

Sobre esta muestra, el folleto, la iglesia de Bretún, y el propio pueblo, nos ocuparemos en la próxima actualización del web, la correspondiente al otoño de 2011.
Ahora añadir que el acto se cerró con un vino ofrecido por Vicente Marín, en los jardines dedicados al conde de Atarés y marqués de Perijaá. 

miércoles, 13 de julio de 2011

Florentino García Llorente



Don Florentino García Llorente se parece a un hombre del Renacimiento. Su curiosidad por la naturaleza y por el ser humano, propia de aquella época, la refleja don Florentino en las actividades que ha llevado a cabo desde que, al menos y que sepamos, se hizo sacerdote. Como aquellos hombres de hace siglos, su actitud vitalista le hace buscar los placeres que le ofrece la vida, siempre relacionados con el arte y la naturaleza. El reflejo de la belleza, que entonces se nutría de la antigüedad, acercaba a Dios, y eso, como sacerdote, ha placido siempre a don Florentino.
Esto que escribo no es mera palabrería, ni es, tampoco, producto del conocimiento y la amistad que me une a este sacerdote, a este pintor, y a este escritor. Por donde él ha pasado, ha dejado huella, y no sólo ejerciendo las funciones que como hombre de Iglesia le estaban asignadas. Véase, si no, las iglesias restauradas gracias a su iniciativa y la rehabilitación, asimismo, de la Casa Prioral de San Martín o Casa de los Finojosa.
Florentino García Llorente pinta, se lleva muy bien con la actividad fotográfica, fue delegado diocesano de Patrimonio de 1993 a 2003, y escribe. De su actividad como pintor han sido numerosas las exposiciones, y si se le añade la de fotógrafo, hubo muestra reciente en el Centro Soriano de Zaragoza de ambos movimientos.
Como escritor, son tres los libros publicados. “Cuando la Fe se hace Cultura”; “Florentino García Llorente. Cuarenta años con el pueblo. 1959-2009”; y el último, presentado el pasado sábado, 9 de julio, “Bliecos”. Sobre la personalidad artística y humana de este hombre y sacerdote, se ha ocupado el catedrático de Sociología de la Universidad de A Coruña, Vicente González Radio, en “El ocaso trascendido”.
Bliecos es un pueblo soriano, relativamente cercano a la raya aragonesa, con alrededor de cuarenta habitantes censados, y que ha sufrido, como toda la provincia, los rigores de la despoblación, pese a hallarse apostado en la comarca natural del Campo de Gómara, de importante tradición cerealística.
Su historia es importante al estar relacionada con la del Monasterio cisterciense de Santa María de Huerta. Pero como eso no lo perciben los ojos, so pena que éstos se posen sobre documentos de archivo, diremos que lo más apreciado por los bliecanos es, además de la Casa Prioral, la ermita dedicada a la Virgen de la Cabeza, y de la que no sería descabellado decir que el culto pudo ser llevado a Bliecos por pastores trashumantes, desde la localidad jiennense de Andújar, donde se la venera. El edificio, muy próximo al cual mana fuente de abundantes aguas, es sencillo, pero el entorno, de robles, por donde discurre el río Nágima, se puede decir, sin temor a equivocarnos, que será de los mejores de toda la provincia de Soria.
El sábado, día 9 de julio, como decíamos, se presentó, en el Salón Municipal, el libro “Bliecos”, del que es autor don Florentino García Llorente. La mesa estuvo presidida por el alcalde de Bliecos; por don Carmelo, abad de la Concatedral de San Pedro; don Miguel Bordejé; el presidente de la Diputación, don Antonio Pardo; el autor; y don Manuel Peña. El salón estaba a rebosar de personas relacionadas con el autor, que llegaron de pueblos limítrofes.
En la actualización de otoño de nuestro web, publicaremos el comentario sobre este libro. Ahora sólo queríamos dejar constancia del acto de presentación, que se cerró con un vino español.