martes, 31 de agosto de 2010

Sarnago, de nuevo


¿Qué podemos decir de Sarnago y sus gentes que no hayamos dicho ya? Y, sin embargo, cada vez que ascendemos los algo más de tres kilómetros que separan la carretera del pueblo, por camino de tierra, lo hacemos con la ilusión del primer día y, a la vez, con la familiaridad que da el hecho de haberlos recorrido tantas veces y sentirse ya un miembro más de esa colectividad.
Este año la Asociación de Amigos de Sarnago ha celebrado los treinta años de su existencia, y lo ha hecho mezclando tradición y modernidad, abriendo las puertas a unas actividades en su mayoría culturales, que los habitantes del antiguo despoblado –hoy floreciente pueblo con vecinos censados y casas restauradas- acogen con ilusión, pese al esfuerzo que supone el tener que organizarlo todo entre ellos, en hacendera. Al frente sigue José María Carrascosa, incansable.
El número 3 de la revista Sarnago, cuatro contando el 0, sale a la luz con 48 páginas. La presentación es, como cada año desde su aparición, el acto que convoca a más personas. La comentaremos en la actualización de otoño. Junto a la presentación de la misma, a cargo de Miguel Ángel San Miguel, los sarnagueses han escuchado al juglar Nino Sánchez. Otro día fue Abel Vitón, con la escenificación de “Las Tierras de Alvargonzález”, de Antonio Machado. Pero también sus tradiciones de siempre les ha unido: las Móndidas y Mozo del ramo. El recuerdo a San Bartolomé. Misa y procesión. Y de fondo, en el local habilitado para exposiciones, una sala frente a las del Museo Etnográfico, una exposición de fotos de César Sanz, quien también se ha implicado en hacer de Sarnago un referente cultural soriano.
En fin, que ha sido un mes, este de agosto, en el que los sarnagueses han dado una vez más ejemplo de buen hacer. Pese a que, como diría José María Carrascosa, públicamente, en las juntas de la Asociación se discute y no todo son rosas. En la discusión está el germen de las ideas llevadas a cabo, así que bienvenidos sean “esos más y esos menos” si el fruto es el que vemos año tras año.
Sólo pudimos acudir a un acto, el último, que tuvo lugar el día 28, a las 18,30. Fue la presentación de la reedición del libro de Avelino Hernández “La Sierra del Alba”. Esta publicación que vio la luz en 1989, ha sido reeditada una y otra vez, siendo, la que se presentó en día 28, la sexta. No nos extraña. “La Sierra del Alba” se ha convertido en estos veinte años en libro de cabecera de muchos sorianos y de otros que, como el pamplonés que se compró una moto para recorrer los lugares de la narración, han hecho del libro un objeto de culto.
“La Sierra del Alba”, de Avelino Hernández, en su sexta edición, a cargo de la Asociación Amigos de Avelino, se dio a conocer con la presencia de su viuda, Teresa Ordinas, llegada desde Mallorca para tal evento. En la mesa, además de ella y de José María Carrascosa, estaban César Sanz y César Millán, ambos miembros de la Asociación, además de fotógrafo y librero respectivamente.
Fue el acto que culminó una serie de ellos que con motivo del 30 aniversario de la Asociación de Amigos de Sarnago, han tenido lugar a lo largo del mes de agosto de 2010.

SARNAGO, soria-goig.com

Valdenebro poética






Hará unos veinte años que visitamos Valdenebro por vez primera. El objetivo era el paraje natural donde numerosos manantiales dejan el agua en el río Sequillo, cerca de Boós. “Las Fuentonas”, “La Peñota”, el cañón del río y los enebros, dejaron recuerdo indeleble en nosotras. También recordamos el pinar de repoblación, la fuente y el paraje donde el obispo de entonces acudía a pasear, y las historias de pueblos perdidos –al parecer una quinta romana-, y un paraje, la “Pradera de las tazas”, cuyo topónimo, según nos contaron, se debe a la venta que hicieron de la tierra para adquirir unas tazas de plata en las que beber el vino en comunidad, costumbre ésta enraizada en la provincia de Soria, durante determinadas fiestas o hacenderas.
Volvimos y tuvimos ocasión de hablar con la señora Escolástica, ya fallecida. Ella nos contó de un guiso muy antiguo, en cuya forma de elaboración nosotras quisimos ver reminiscencias judías, se trata de “la olla de San Miguel”. Mucho antes de que la señora Escolástica nos dejara, se perdió esta olla, como también desaparecieron el pago de la cántara, el canto de las albadas, el pisar la uva en sus propios lagares y mojarse con el vino mientras las mujeres escamochaban las alubias, y tantas tradiciones que se esfumaron a la vez que la población marchaba en busca de otras formas de vida.
En esta tercera ocasión acudimos a la llamada del señor Cercadillo, quien organiza desde hace nueve años una velada poética, sin dejarse ver demasiado, un a modo de capitán Araña bueno, que se implica y luego desaparece dejando a los demás el protagonismo.
La 9ª Noche de Poetas, el 13 de agosto, tuvo lugar en el interior de la Iglesia de San Miguel. La vimos sobre un montículo, iluminada, protegiendo al pueblo quieto y limpio, perfumado de noche y resina. Es románica, tal vez construida cuando Valdenebro pasó a formar parte de la Comunidad de Villa y Tierra de Osma. Se lee en la Enciclopedia del Románico que su estilo tiene influencias burgalesas. Se accede al interior por una portada de caliza blanca, y aunque era de noche, se aprecia el artesonado de madera, que la misma publicación data en el siglo XVI.
Este año de 2010 el poeta protagonista fue Pablo Neruda, se homenajeó a Miguel Hernández, por el centenario de su nacimiento, y se recordó a los recientemente fallecidos Miguel Delibes y José Saramago.
El acto, presentado por Sergio Calleja Muñoz, contó con una puesta en escena, dentro del marco de la hermosa iglesia, acorde con los dos poetas. En el presbiterio, delante del altar mayor, un fondo azul de mar para Neruda, y ante él, unas rejas para Hernández, rotas al pasar de un poeta a otro, por un Sergio irritado por la injusticia que supuso la muerte del poeta en las cárceles franquistas.
Poemas de los dos autores fueron leídos por personas del pueblo, dando al acto la sencillez, la calidez y el tono humano propios de todo evento que venga del pueblo y sea para el pueblo.
La iglesia, llena a rebosar, acogió un acto muy bien organizado, muy bien dirigido y mejor presentado. El atrio reunió a todas las personas allí presentes, para beber moscatel y comer pastas, condumio acorde, en su dulzor y espiritualidad, con los poemas escuchados.
Son actividades nuevas que, de consolidarse, como Valpoesía, en Valdanzo, acabarán convirtiéndose en tradiciones o costumbres, que vendrán a sustituir en unos casos, y a complementar en otros, las ya existentes en las tierras de Soria. Las noches sorianas son buen cobijo para estas iniciativas.

lunes, 30 de agosto de 2010

Don Santiago Cabrerizo Abad



Un caluroso domingo de agosto, el día 22, dejaba de existir don Santiago Cabrerizo Abad, músico clarinetista.
De él escribió Norberto Francisco Moreno Martín, en “El sonido de la vida. Banda municipal de Música de Soria”. Su amigo, el maestro Manuel Castelló, de Agost (Alicante), le compuso un pasodoble con el título “Santiago Cabrerizo”. Y en la hora de las honras fúnebres, la prensa le ha dedicado palabras de elogio como profesional.
Don Santiago había nacido en El Burgo de Osma, en 1924, aunque muy joven se fue a vivir a Almazán, villa desde la que se trasladó a Soria. Toda su vida estuvo ligada a la Banda municipal de Música de Soria, donde entró de becario con diez años, y en la que permaneció hasta su jubilación, en mayo de 1984. Previamente, tal y como recoge Diario de Soria, se licenció en el Ejército como músico en Zaragoza, en 1947, momento en el que lleva a cabo las pruebas para solista en la Banda de Música de Soria.
El último año de su estancia en la institución fue su director, realizando un total de 26 conciertos bajo su batuta. Y bajo la de José Manuel Aceña se detendría en alguna ocasión bajo su ventana, algo más alta que la mía, para felicitar a don Santiago, o para saludarle.
Yo tuve la suerte de conocer a la persona, no al personaje. Durante veinticinco años, hasta el día de su muerte, he sido, y sigo siendo, su inquilina y vecina a la vez. La convivencia en un bloque de seis vecinos suele ser estrecha, pese a la discreción de Santiago y su familia. Por eso puedo decir que se ha ido un gran músico, un gran clarinetista, el director de la Banda de Música, el administrador de algunas asociaciones, como la de Caza y Pesca, pero también, y más importante para mí, una grandísima persona, un caballero, un hombre culto, melómano, apasionado de la lectura, impenitente viajero hasta hace unos años, junto a Josefina de León, su ya viuda, mujer que, como él, es poseedora de casi todas las virtudes, sin hacer alarde de ellas, porque le son innatas.
Nunca olvidaré su figura alta y fuerte, sentada delante de la ventana de su piso, o en el sofá con los cascos puestos escuchando música clásica. Él los dejaba sobre la mesa para pegar la hebra conmigo. O la vuelta suya a casa con la prensa bajo el brazo, cuando yo, tardía, salía por la misma puerta, y su invariable saludo “¿Qué pasa, Isabel?”, al vernos, y “Bueno, maja”, al despedirnos.